lunes, 19 de junio de 2017

Oración fúnebre al Emperador Maximiliano de México, a 150 años de su muerte

Buscando libros por internet, me encontré con esta obra del Sr. D. Juan B. Scandella, según reza, Obispo de Antinoe y vicario apostólico de Gibraltar, publicada en 1868 con motivo de la muerte del Emperador Maximiliano de México. Una visión europea de esta ejecución que sorprendió a aquel continente. Les dejo un fragmento:


¿Quién hubiera jamás imaginado que el nieto de Carlos V., el primo de nuestra amada Soberana, el cuñado del Rey de los Belgas, el deudo cercano de los Monarcas de Italia y Suecia, y el hermano del Emperador de Austria: aquel que en la flor de la más lozana juventud, y ceñida la frente de la aureola de gloria, se separaba de nosotros en Mayo de 1864 para empuñar el cetro de Montezuma que le habian confiado los votos del pueblo Mejicano, y que prometía defender el poderoso Monarca que dirige los destinos de Francia, se hallaría en este momento en nuestras aguas encerrado en estrecho y lúgubre ataúd, con el cuerpo acribillado por el plomo de sus verdugos, ¡pero qué verdugos! ¿un arriero y un indio ?

...la Providencia le aleccionaba para el desempeño del altísimo cargo de la regeneración de un pueblo noble y magnánimo reducido a la mas deplorable condición por sus guerras intestinas y la ambición desmedida de unos cuantos malvados.

¿Deberé acaso recordaros las escenas de horror y barbarie que mancharon y ensangrentaron el suelo privilegiado de Méjico?

Las familias honradas insultadas y hechas blanco de odio horrible, sus gefes desterrados, los campos incultos y yermos y las ciudades diezmadas,el
clero vilipendiado, perseguido, encarcelado, los lugares santos profanados, por todos lados fuego, sangre y muerte, y todos aquellos males que engendra la guerra civil y son consecuencia de cincuenta años de crónica anarquía. 

Sus amarguras se cuentan por días; diré mejor, por horas. Los reveses le acompañan por todas partes, y los planes mejor concertados fracasan dolorosamente. Crueles desgracias domésticas, timidez culpable de sus subditos, desamparo de sus amigos, intriga y odio de un vecino poderoso, rencor implacable de sus enemigos, traición inicua de aquellos a quienes habia colmado de beneficios y en quienes había colocado su entera confianza; he ahí los frutos que el infortunado Maximiliano recogió en su corto imperio.

Se esfuerza Maximiliano en echar los cimientos de un imperio de orden, de legalidad y de justicia, y, en vez de eso, la anarquía más espantosa reina y los atropellos se multiplican; promulga leyes sapientísimas, y ó se conculcan ó surten un efecto contrario al fin que el legislador hablase propuesto; trata de restablecer el crédito que estaba por el suelo y arreglar la hacienda ya tan malparada, y la desconfianza y el descrédito cunden y se propagan de una manera increíble; se empeña en calmar a sus enemigos, ofreciéndoles hasta los puestos mas elevados y las distinciones mas honoríficas, y la más espantosa discordia desoía a su pueblo, y el odio de sus enemigos se encona hasta degenerar en salvage ferocidad.

A Arteaga, Juárez, Escobedo, y a sus secuaces debe Méjico sus grandes e inauditas calamidades. Ellos los que por cincuenta años han mantenido encendida en aquel hermoso país la tea de la más brutal guerra civil, arruinando el comercio, la agricultura, la industria, las artes y las ciencias, y agotando todos los manantiales de la riqueza pública y del bienestar social; ellos los que han empobrecido el público erario, a veces acumulando para sí fortunas fabulosas; los que han relegado al destierro sus mejores ciudadanos, y, sembrando la discordia en las familias, han armado a hermanos contra hermanos; ellos los que devastaron los campos y dejaron yermas las ciudades...

Esos son los hombres que se quieren justificar; esos los que se pretenden presentar al mundo como patriotas, como héroes, como los salvadores de la sociedad. Jamás ha habido confusión mayor, trastorno más grande de todos los eternos principios de verdad, de justicia, de moral y de órden.

En Méjico ¿qué sucede? ¿qué vemos? De un lado nobles y delicadas Señoras vestidas de luto, con los ojos arrasados en lágrimas, que suplican se perdone la vida al ilustre prisionero: poderosos Monarcas de toda Europa que por él interceden; una anciana y venerable madre que en el borde del sepulcro ruega le salven al hijo querido de sus entrañas; Méjico entero que con el corazón oprimido se aleja del sitio del suplicio, y con su silencio sepulcral protesta alta y elocuentemente contra tanta inhumanidad y llora con amargura la expiación que terrible recaerá sobre ella; Europa y el mundo mudos, atónitos, indignados y sumidos en profundo dolor. 

Del otro lado vemos a un ingrato e infame traidor, a un feroz militar, y a un indio ambicioso que, poseídos de cruel alegría, se complacen de la sangre inocente que han derramado. 

Del otro lado los Estados Unidos de América, libres de la guerra civil que absorbía todas sus fuerzas y saliendo de ella más fuertes que antes, evocaban altaneros la doctrina de Monroe que Europa, aprovechando su infortunio, había conculcado, e intimaban á Napoleón III retirara su último soldado del suelo Mejicano.

Espantado ante la opinión pública de Francia que cada día más fuerte resonaba contra la expedición Mejicana, y previendo los males incalculables que hubieran resultado de una guerra contra la poderosa República Transatlántica, el Emperador cede á la intimación del Gabinete de Washington, y sin reparar en los solemnes compromisos contraídos con el desgraciado Maximiliano, abandona a Méjico, no sólo sin alcanzar su regeneración, principal objeto de la expedición, pero dejándole en condición incomparablemente peor de la harto deplorable en que le había hallado.

Y aquí, mis amados hermanos, confesemos que, si Maximiliano, con culpable cobardía ó por mezquino egoísmo, hubiera desertado a los suyos para que sobre ellos solos recayera el furor de sus contrarios, en este día ni mis labios se desplegarían en su alabanza, ni vosotros os hubiérais reunido en este sitio para honrar su memoria, ni Europa le tributaria el homenage de admiración que le rinde. Su nombre quedaría sepultado en el silencio, cuando no fuera trasmitido a la posteridad con un borrón indeleble.

¡Pero no! Maximiliano cumplió generosamente su deber, prefiriendo mil veces morir antes que faltar á su conciencia, y merecer la tacha de desleal y cobarde.

Sobre todo, en Querétaro su valor fue sobrehumano. Durante sesenta y ocho dias que en él estuvo sitiado, a pesar de la escasez de los víveres (cuyas consecuencias recaían sobre él como sobre el último soldado), de las escenas de sangre, y hito que á cada paso desgarraban su bondadoso corazón, de la lluvia de millares de proyectiles que caian sin cesar á sus pies y que sembraban la muerte alrededor suyo, su rostro no se inmutó, ni tembló su mano, ni por un sólo instante vaciló su corazón. Al contrario, escogió siempre los puestos más arriesgados y, resistiéndose á las cariñosas instancias de sus generales y fieles servidores, veíasele tranquilo y sereno bajo el fuego más nutrido.

Ya todo se habia consumado. El momento del sacrificio habia llegado. Eran las siete de la mañana del día para siempre memorable 19 de Junio de 1967, cuando el lúgubre convoy deja el convento de Capuchinos. Precedíalo el Emperador acompañado de dos ministros del Señor que le prodigaban los útimos consuelos de la religión. Seguíanle sus fieles servidores, los Generales Miramon y Mejía. 

"Perdono a todos, y pido que todos me perdonen. Deseo que mi sangre se vierta para bien de Méjico."

Así concluyó sus días Maximiliano de Habsburgo, Emperador de Méjico. Murió como había vivido, murió como Abner; como mueren los Reyes Cristianos, no como mueren los cobardes.


El texto completo lo pueden encontrar aquí, en la biblioteca digital hispánica de la Biblioteca Nacional de España.



Procesión fúnebre del Emperador Maximiliano de México, 
meses después de su fusilamiento en la ciudad de Querétaro.


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